Comenzó en Singapur en 1988. En mi camino a la universidad, tenía que pasar por un puesto de una fábrica de chocolate Belga. A pesar de mi escaso presupuesto en ese momento, compré uno de esos chocolates extremadamente caros cada día para mí y, celebré el disfrute de esta pequeña delicia con su rico aroma y ese sabor a chocolate que perdura.
Años más tarde, en un pequeño pueblo italiano, con un simple espresso, de repente descubrí ese placer por un momento, lo que me recordó mucho a este ritual diario que había sido tan importante para mí. Aunque el espresso no era tan bueno como el praliné belga, recordaba el chocolate y, con un poco de dulzura, el aroma casi se convertía en el de un praliné.
Desde entonces, esa experiencia y ese recuerdo me ha inspirado en encontrar ese espresso que despertó en mí ese pequeño y precioso placer, que anteriormente solo un praliné belga podía hacer. Por supuesto, esta idea de espresso es solo mi preferencia personal, pero es una idea a la que siempre me he sentido conectada.
Durante mucho tiempo busqué esta perfección, pero desafortunadamente siempre hubo un detalle u otro que me mantenía alejado de ella. El grano, la mezcla, el tostado, el almacenamiento, la frescura, el agua, la máquina, el molino, el exprimido, el azúcar: el eslabón más débil de esta cadena determina el sabor, ninguno de estos elementos debería cambiar eso.
Y así comenzó el viaje hacia la creación de mi propio café.